martes, 6 de septiembre de 2011

"La puerta condenada" de Julio Cortázar

A continuación presentaré un análisis semiótico de un cuento perteneciente al género fantástico: "La puerta condenada". Este cuento, junto a diecisiete relatos más, pertenece a Final de Juego, libro publicado por Julio Cortázar en el año 1956. Te invito a qué leas el cuento en: http://www.literatura.us/cortazar/puerta.html 

En el cuento que se analizará se narra la historia de un hombre llamado Petrone que viaja a Montevideo por cuestiones de negocio. En aquella ciudad se aloja en una de las habitaciones del Hotel Cervantes. Después de un día agotador el actor intenta descansar en aquella habitación pero no puede hacerlo a causa del llanto de un niño que proviene de la habitación del lado traspasando la puerta condenada
El Hotel Cervantes es un lugar que existe en realidad. Tal vez sea esta una estrategia de verosimilización utilizada por el enunciador para hacer creíble lo que sucede en el cuento. Éste hotel, construido en el año 1927, se ganó un lugar en la literatura rioplatense. No sólo es el escenario del cuento de Cortázar, sino que también Bioy Casares escenifica en el Cervantes, por aquellos mismos años, su cuento Un viaje o el mago inmortal. Ambos escritores narran una historia similar, un hombre que se aloja en el hotel y no puede dormir por los ruidos que oye del cuarto vecino. Podemos decir, que tanta “casualidad” termina siendo un hecho extraño al igual que los sucesos narrados en uno y otro cuento.

Imagen de Julio Cortázar
El objetivo es analizar cómo el cuento "La puerta condenada" de Julio Cortázar, construye un enunciador que transita por dos mundos: el cotidiano y el fantástico. Ambos interconectados en una situación de mutua penetración, generando de esta manera incertidumbre, duda y ansiedad en el enunciatario ante la situación disfórica que atraviesa un actor empresario. 
A través del estudio de distintos aspectos del discurso se irán visualizando efectos de sentido que nos permitirán entender el sistema de relaciones que estructuran el texto. Estas marcas en el texto son de capital importancia para entender el lugar del enunciador, que cuenta una historia en la que construye una realidad en la que es posible que sucedan hechos extraños con el objeto de producir incertidumbre y enrarecimiento en el enunciatario. “(…) Arranca al lector la aparente comodidad y seguridad del mundo conocido y cotidiano, para meterlo en algo más extraño (…) El narrador no entiende lo que está pasando, ni su interpretación, más que el protagonista. Constantemente se cuestiona la naturaleza de lo que ve y registra como real. Esta inestabilidad narrativa constituye el centro de lo fantástico como modo” (Jackson: 1986; p. 32).

El título...

Desde el título del relato de Julio Cortázar La puerta condenada, podemos inferir que algo extraño sucede entre dos espacios separados por una puerta “endemoniada”, “perversa”, una “puerta condenada” que es utilizada para reservar y esconder un secreto, ocultar un misterio y separarlo de la vista o del conocimiento de los demás. 
“(…) las habitaciones tenían alguna puerta condenada, a veces a la vista pero casi siempre con un ropero, una mesa o un perchero delante, que como en este caso le daba una cierta ambigüedad, un avergonzado deseo de disimular su existencia como una mujer que cree taparse poniéndose las manos en el vientre o en los senos”
En una primera aproximación, el lexema puerta se refiere a un objeto material que sirve para entrar y salir. Nos indica la división de dos espacios diferentes que puede estar asegurada con algún instrumento para impedir la entrada y la salida. En este enunciado es un armario viejo el que esta adosado a la puerta que da a la habitación contigua. “La puerta estaba ahí, de todos modos, sobresaliendo al nivel del armario. Alguna vez la gente había entrado y salido por ella, golpeándola, entornándola, dándole una vida que todavía estaba presente en su madera tan distinta de las paredes. Petrone imaginó que del otro lado también habría un ropero y que la señora de la habitación pensaría lo mismo de la puerta”
Es una puerta secreta, oculta, que tal vez sirve para proteger de algo que un sujeto nunca podría comprender desde la razón, desde la lógica. Una puerta condenada que es utilizada para encubrir algo sumamente maligno que puede causar daño y corromper las costumbres o el orden y el estado habitual de las cosas. 
Una puerta condenada que intenta diferenciar dos espacios y poner límites entre dichos espacios. 
Algo perverso que provoca aversión y horror sucede en la habitación de La Señora que confunde a Petrone. El llanto de un niño se oye a través de la puerta condenada. Éste sollozo viene a romper con el orden en la vida de un sujeto - empresario que se maneja de manera exitosa en el mundo de los negocios. Es el gemido de un niño que convierte la realidad de Petrone en un mundo distópico. Nueva realidad que lleva a éste sujeto a un estado disfórico, desagradable e inestable. Esta irrupción genera una sensación de sorpresa, duda y enrarecimiento en el enunciatario que no puede explicarse por completo lo que ocurre.
Es esta puerta perversa la que separa dos espacios privados como lo son las habitaciones del Hotel Cervantes y al mismo tiempo marca el pasaje hacia otra realidad, hacia otro mundo. Es la abertura que va a permitir la entrada y salida hacia un mundo ilusorio, misterioso e inexplicable para la razón. Es el puente entre dos realidades. Tal vez, es la puerta condenada lo que le permite al actor querer - fugarse a otra realidad, por las noches, del hastío que le provoca la rutina del día a día cotidiano. 
Lo que tranquiliza al sujeto – empresario es creer que la puerta es la culpable por dejar pasar ruidos débiles y, tal vez, la puerta condenada es la respuesta tranquilizadora para locura, lo demoníaco, lo tenebroso, para las fuerzas negativas de la conducta humana. 
“Petrone imagino a un niño – un varón, no sabía por qué – débil y enfermo, de cara consumida y movimientos apagados. Eso se quejaba en la noche, llorando pudoroso, sin llamar demasiado la atención. De no estar allí la puerta condenada, el llanto no hubiera vencido las fuertes espaldas de la pared, nadie hubiera sabido que en la pieza de al lado estaba llorando un niño”.
Cómo podemos ver, el título permite diversas lecturas que el enunciador irá especificando. El enunciatario irá descubriendo ideas que nunca antes había pensado, instrucciones distintas de ver la realidad.

Actores, espacio y tiempo del enunciado...

A lo largo del relato el actor masculino se mueve por diferentes espacios. Podemos decir, que en el cuento nos encontramos con dos historias. Una transcurre durante el día. Durante este tiempo el sujeto se mueve por espacios abiertos – públicos: Ciudad y el Cabaret.
La ciudad es un espacio de trabajo y éxito laboral que le produce cansancio al actor. Es un espacio de aburrimiento para un hombre de mundo como Petrone. “En el cine de al lado daban dos películas que ya había visto, y en realidad no tenía ganas de ir a ninguna parte”. Su trabajo le causa agotamiento y por tal motivo no disfruta de los espacios que va recorriendo. Todo para Petrone es de un gran pesar, lo único que le interesa es llegar al hotel para descansar (cosa que no sucede a causa de que oye el llanto de un niño) y pensar que cada día que pasa es uno menos para volver a Buenos Aires, su hogar. 
Su fatiga, desaliento y agobio puede observarse cuando Petrone asiste con sus socios a un cabaret de Montevideo. El cabaret es un lugar de esparcimiento en donde Petrone asiste junto con sus socios para distraerse después de un día agotador de trabajo. Sin embargo, a pesar de divertirse y entretenerse, este espacio le causa hastío, apatía y disgusto por la falta de energía. “El cabaré era de un aburrimiento mortal, y sus dos anfitriones no parecían demasiado entusiastas, de modo que a Petrone le resultó fácil alegar el cansancio del día y hacerse llevar al hotel”.
Una segunda historia transcurre por la noche. En este lapso de tiempo el actor se mueve por  espacios cerrados – privados: El Hotel Cervantes y la Habitación.
Si bien el hotel se encuentra en la zona céntrica de Montevideo, es un espacio “sombrío, tranquilo, casi desierto”. Antes de llegada la madrugada era un lugar en donde reinaba el silencio de manera excesiva. “Cuando el empleado y Petrone callaban, el silencio del hotel parecía coagularse, caer como cenizas sobre los muebles y las baldosas”. Por la cantidad de puertas que había en hotel, Petrone pudo deducir que lo que ahora funcionaba como un establecimiento capaz de alojar a huéspedes o viajeros en realidad en tiempo pasado eran antiguas casas.
Dentro del hotel nos encontramos con las habitaciones de Petrone y la Señora ubicadas en el segundo piso del establecimiento. Espacio cerrado que está dentro de otro espacio cerrado. Espacios cerrados – privados, en donde ambos actores guardan secretos y se mueven en el terreno de lo íntimo. Ambas habitaciones están separadas por la puerta condenada
La habitación de Petrone daba directamente a la sala de recepción. Era sombría y oscura y a pesar de tener dos ventanas el sol no llegaba a iluminarla. “En la habitación había una pequeña ventana que daba a la azotea del cine contiguo; a veces una paloma se paseaba por ahí. El cuarto de baño tenía una ventana más grande, que se abría tristemente a un muro y a un lejano pedazo de cielo, casi inútil”
En la habitación había muebles, cajones y estantes. Entre los muebles había un armario viejo que intentaba esconder a una puerta que daba a la habitación de la Señora. De la habitación de este actor femenino solo sabemos que está unida a la habitación de Petrone y que ambos dormitorios están unidos, a la vez, por el llanto de un tercer actor, el niño. Actor que nunca aparece físicamente, sino que solo es escuchado por Petrone y posiblemente también por la Señor; o quizás está en la imaginación de Petrone, tal vez a causa de un grado de demencia que tiene este actor. “Dos veces se había despertado en plena noche, y las dos veces a causa del llanto. La segunda vez fue peor, porque a más del llanto se oía la voz de la mujer que trataba de calmar al niño”.
Cuando la Señora se va del hotel para siempre se abre paso a otro espacio, se produce el salto a una dimensión sobrenatural que escapa a las leyes y términos de la naturaleza debido a que Petrone sigue escuchando el llorisqueo de un niño. “Extrañaba el llanto del niño, y cuando más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse”.
Se puede observar que, los espacios más que referencias geográficas conforman auténticas configuraciones de sentido. Como se viene analizando en el relato, en un primer momento, nos encontramos con tres espacios bien marcados: la ciudad, el hotel y la habitación. El único actor que transita por todos los espacios de manera explícita es Petrone y al mismo tiempo es al único que en el texto se lo identifica por llevar nombre propio. Tal vez sea esta una estrategia de verosimilización utilizada por el enunciador para hacer creíble lo que sucede en el cuento. 
El actor masculino va transitando por un estado de confusión, desconfianza y duda debido al llanto del actor niño que oye de la habitación del actor femenino. “(…) cuando los pensó a los dos, a la mujer y al chico, se dio cuenta que no creía en ellos, de que absurdamente no creía que el gerente le hubiera mentido”
El enunciador – fantástico también genera un estado de incertidumbre en el enunciatario debido a que no se sabe si lo que escucha Petrone es producto de su imaginación o de un hecho sobrehumano del cual es el único testigo. 
Petrone se mueve por espacios de carencia que le provocan desagrado. Si bien en un principio el hotel le gustó por razones que hubieran desagradados a otros termina por convertirse en un espacio negativo debido a lo que sucede en su habitación por las noches. Los tres espacios son negativos para el actor masculino.
El tercer espacio, la habitación, es un lugar en donde Petrone quiere conciliar el sueño pero no lo consigue a causa de un llanto que le provoca frustración y lo lleva a un estado disfórico por no saber de que se trata. Petrone de día lleva una vida ordenada, exitosa en los negocios aunque aburrida y rutinaria, lo que le provoca fastidio. Pero de noche intenta descansar en un hotel que en un primer momento parece el ideal para cumplir con este objetivo. Algo extraño sucede en la habitación de al lado por la madrugada que viene a romper con la monotonía de la vida estructurada de un actor, lo que lleva al enunciatario a pensar que el protagonista en realidad está loco. “No se engañaba, el llanto venía de la pieza de al lado. El sonido se oía a través de la puerta condenada, se localizaba en el sector de la habitación al que correspondía a los pies de la cama”
Algo “raro” pasa en ese hotel, en esa habitación, algo que ha alterado las reglas de lo natural, pero nadie lo sabe. El enunciador – fantástico solo atina a enunciar la falta, la fisura de lo real. 
La habitación de la Señora sola se presenta como un espacio macabro. En un principio el actor masculino quiere encontrar una explicación lógica al ruido que atraviesa la puerta condenada y rompe con su estructurada vida: “Por un segundo se le ocurrió a Petrone que tal vez esa noche estuviera cuidando al niño de alguna parienta o amiga”; “Petrone comenzó a sospechar de que aquello era una farsa, un juego ridículo y monstruoso que no alcanzaba a explicarse”. Hasta llega a pensar que es la mujer quien imita el llanto del niño. “La mujer estaba imitando el llanto de su hijo frustrado, consolando el aire con sus manos vacías, tal vez con la cara mojada de lágrimas porque el llanto que fingía era a la vez su verdadero llanto”
Era un llanto de gemidos débiles, de hipos quejosos el que le quitaba el sueño a Petrone, y tal vez también a la mujer sola. Podemos interpretar que si el actor masculino no está loco y todo lo que sucede en aquel hotel por la noche no es producto de su imaginación para fugarse a otra realidad a causa del disgusto que le provoca la cotidianeidad, ni se trata de alguna pesadilla que lo despierta todas las madrugadas, en realidad se trata de algo absurdo e intranquilizante que trasciende las leyes naturales. Aquí se abre paso a un cuarto espacio, a una dimensión sobrenatural. Espacio en donde suceden cosas extrañas que rompe con el sueño de un actor que quiere descansar después de un día agotador. “Dormir mal no le convenía para su trabajo”
La puerta condenada es un actor inanimado que ocupa el lugar de un actante destinador que tiene como objeto hacer – saber que algo extraño ocurre en la habitación de la Señora sola. Es el puente hacia otra dimensión que hace vacilar al actor masculino entre lo real e imaginario, entre el mundo cotidiano y el mundo sobrenatural. Nos encontramos con un actor que transita entre la frontera de lo real y lo fantástico.
La Señora y Petrone solo se encuentran una sola vez en el ascensor del hotel. Fue el segundo día de estadía del actor masculino. “Petrone tuvo tiempo de ver que era todavía joven, insignificante, y que se vestía mal como todas las orientales”. Sin embargo, no cruzaron palabras. La única relación que se da entre ellos es mediada por el llanto que atraviesa la puerta condenada
El tiempo es el factor fundamental que indica la posición de los personajes. La historia se da en cuatro días y cuatro noches. De día es un tiempo de éxito laboral pero que al mismo tiempo le provoca fatiga. Durante el día Petrone se relaciona con otros actores, como los socios y el gerente del hotel, en forma personal. De noche Petrone tiene la necesidad de descansar pero no lo logra. La noche y sobretodo la madrugada es el lugar de encuentro con el niño y la Señora sola, que en realidad no está sola sino que está en contacto con el llanto del niño y el actor masculino por medio de la puerta condenada que es el puente que permite a estos actores trascender a otra dimensión y traspasar los límites de la experiencia posible. “En piyama y descalzo, se pegó a ella como un ciempiés, y acercando la boca a las tablas de pino empezó a imitar en falsete, imperceptiblemente, un quejido como el que venía del otro lado (…) Del otro lado se hizo un silencio que habría de durar toda la noche; pero en el instante que lo precedió, Petrone pudo oír que la mujer corría por la habitación con un chicotear de pantuflas, lanzando un grito seco e instantáneo, un comienzo de alarido que se cortó de golpe como una cuerda tensa”

La distribución de los actores en el espacio – tiempo permite al enunciador la construcción de dos realidades posibles. Una realidad perteneciente al mundo natural y una realidad sobrenatural. 
El día y la noche marcan dos historias distintas que culminan en una sola. Se construye un actor que termina asumiendo su doble realidad: viajante y exitoso de día y en la madrugada espectador de un hecho extraño. Problema que cree solucionar con la partida de la Señora sola; y en realidad, que el actor femenino se haya ido del hotel era el hecho que faltaba para afirmar la presencia de un espacio sobrehumano. “Dando vueltas y vueltas, se sintió como vencido por ese silencio que había reclamado con astucia y que le devolvían entero y vengativo. Irónicamente pensó que extrañaba el llanto del niño (…) y cuando más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callará para que ellos pudieran dormirse”
El actor gerente es quien le informa a Petrone sobre la Señora. “(…) no podía ser que en la pieza de la lado hubiera un niño; el gerente había dicho claramente que la señora vivía sola, que pasaba todo el día en su empleo”. El gerente era un hombre alto, flaco y completamente calvo. Cuando las dos primeras noches de su estadía en el hotel Petrone oye al niño considera al gerente un oponente debido a creía que éste le había mentido. Al final del relato descubre que este dice la verdad. “Recién cuando los pensó a los dos, a la mujer y al chico, se dio cuenta que no creía en ellos, de que absurdamente no creía que el gerente le hubiera mentido”
Podemos decir, que no solo era objetivo del actor masculino hacer callar al niño para poder descansar, sino que también este era objeto de la Señora. Pero la mujer toma el lugar de madre, intenta calmarlo con paciencia, calma y serenidad. “(…) se oía la voz de la mujer que trataba de calmar al niño (…) el niño cedía por momentos al arrullo, a las instancias; después volvía a empezar con un leve quejido entrecortado, una inconsolable congoja. Y de nuevo la mujer murmuraba palabras incomprensibles, el encantamiento de la madre por acallar al hijo atormentado por su cuerpo o su alma, por estar vivo o amenazado de muerte”. Muy distinta a la actitud de Petrone. El llorisqueo de la criatura lo molesta e irrita. Lo único que le interesa es que el niño haga silencio. A diferencia de la Señora, el llanto lo pone nervioso y lo agobia. “(…) se preguntó si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico”. Se puede observar que entre Petrone y la Señora se da una relación de oposición en cuanto a la postura que toman frente a los gemidos de un niño. 

Las transformaciones en el relato...

El programa narrativo es la estructura sintáctica elemental del paradigma actancial. Articula dos enunciados de base: los enunciados de estado y los enunciados de hacer. Éste último tiene por función transformar los estados. Respecto a esto, en el texto de Cortázar se puede observar que Petrone va sufriendo una trasformación negativa. 
El sujeto – empresario, como ya se analizó antes, se mueve por diferentes espacios y tiempos. De día Petrone recorre la ciudad y tiene como PN cerrar un negocio con socios uruguayos. “El contrato con los fabricantes de mosaicos llevaría mas o menos una semana”. Es un actante que sabe – hacer su trabajo (vender) logrando de esta manera estar en conjunción con el objeto de valor: que los socios firmen el contrato. Es un actor exitoso que sale victorioso en su PN. En este caso el sujeto de hacer (S1) y el sujeto de estado (S2) es el mismo actor: Petrone.

En este espacio y tiempo el actante cambia de un estado eufórico debido a su triunfo en los negocios a un estado disfórico a causa de la fatiga que le causa su trabajo.Si bien puede estar en conjunción con el objeto de valor sufre una transformación negativa en lo que respecta a su estado de ánimo. Sus días por la ciudad, las reuniones con los socios, las salidas, le van provocando una gran fatiga, agotamiento, debilidad y agobio. “El día se pasó con conversaciones, cortadas por un copetín en Pocitos y una cena en casa del socio principal. Cuando lo dejaron en el hotel era más de la una”. Lo único que éste sujeto – empresario deseaba con ansias era llegar al hotel para poder descansar. En este nuevo espacio y tiempo Petrone se propone otro PN. Éste actor pretende poder- descansar. Quiere pero no puede debido a los quejidos de un niño que traspasan la puerta condenada. “Casi no lo tomó en serio cuando el llanto del niño lo trajo de vuelta a las tres de la mañana”. Desde la primera noche en el hotel, al actor masculino lo fastidia el llanto del niño, aún cuando no estaba seguro de escucharlo en realidad. “Al despertarse eran casi las nueves, y en esos primeros minutos en que todavía quedan las sobras de la noche y del sueño, pensó en que el algún momento lo había fastidiado el llanto de una criatura”
Podemos decir que Petrone se encuentra en disyunción con el objeto de valor: descansar. El actor masculino piensa en algunas alternativas que lo pudieran ayudar a dejar de escuchar aquel llanto absurdo que creía que fingía la Señora sola y no lo dejaba descansar. “(…) si pusiera sus dos valijas sobre el armario, bloqueando la puerta, los ruidos de la pieza de al lado disminuirían”
Busca la forma de hacer - saber a la Señora que el llanto del niño lo molesta, “(…) se pregunto si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico”. Hasta que hace algo grotesco, ridículo. “(…) sin saber bien cómo, se encontró moviendo poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y sucia. En piyama y descalzo, se pegó a ella como un ciempiés, y acercando la boca a las tablas de pino empezó a imitar en falsete, imperceptiblemente, un quejido como el que venía del otro lado”. Con este hecho hizo que la Señora sola después de tantos años dejara para siempre el hotel. Sin embargo, a pesar de la ausencia de este actor femenino que Petrone cree demente pero inofensiva, venida la noche oyó débil pero inconfundible el llanto del niño que atravesaba por la puerta maldita, endemoniada. La Señora parece – ser quien imita el llanto de una criatura pero no lo es. Como se puede observar, se pone en relación un ser y un parecer.
En este espacio y tiempo el actor masculino también va a sufrir una transformación negativa. El no poder – dormir va a ir alterando el humor de Petrone. Su malhumor va ir creciendo a causa del llanto que le resultaba molesto e irritante y le fastidiaba creer, en un principio, que el gerente del hotel le había mentido al decirle que la Señora estaba sola. “El gerente (…) le dijo a Petrone que el segundo piso era muy tranquilo, y que en la única habitación contigua a la suya vivía una señora sola, empleada en alguna parte, que volvía al hotel caída la noche”.  Se sentía molesto, los quejidos del niño lo irritaban, lo enfadaban, llevándolo a un estado disfórico que le causaba malestar. “Su malhumor era maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día que lo engañaba con su mentira insoportable”.

En el relato, además de los dos PN del actor masculino, nos encontramos con un tercer PN: el de la Señora. El actor masculino no es el único que pretende calmar al niño, sino que el actante Señora también tiene el mismo objeto de deseo, pero lo intenta de una manera distinta. Ella lo hace como lo haría una madre. “Ahora se oía la voz de la mujer, tapando por completo el llanto del niño con su arrebatado – aunque tan discreto – consuelo”. Entonces, podemos decir que, el PN de la mujer es calmar al niño que llora por las madrugadas para que las personas puedan dormir. Sin embargo, a pesar de que quiere – hacer callar a la criatura no – puede. La Señora está en disyunción con el objeto de valor. Su PN se ve interrumpido por la ira del actor masculino que la cree loca hasta que al final descubre lo contrario. El sujeto de hacer (S1) y el sujeto de estado (S2) es manifestado por el mismo actor: la Señora.

El PN2 del actor masculino y el PN del actor femenino quedan suspendidos debido a que en lo privado se producen las transformaciones de las leyes naturales. El mundo natural por las madrugadas se transforma en una cosa extraña, rara que supera a ambos actores. Este viaje a otro espacio hace sentir a los actores en un estado de frustración, de inestabilidad. El enunciador construye un ambiente tan misterioso que no solo hace vacilar y desconfiar a los sujetos del relato, sino también al enunciatario.
Como se puede observar no solo se producen transformaciones en el estado de ánimo de los actantes sino trasformaciones del espacio privado. Se produce una transgresión al orden establecido. Propio de la literatura fantástica. Por las madrugadas se produce un hecho anormal e inexplicable para la razón que intenta ser solucionado tanto por Petrone como por la Señora. Uno a través de la furia e indignación, la otra con la paciencia propia de una madre. 
Al final del relato se da otra trasformación en los actores. Si bien al principio ambos intentan callar al pequeño, al final terminan resignándose y renunciando a su PN. Ambos se someten a lo diabólico y se conforman con los que les toca vivir. Así escuchamos al gerente decirle a Petrone: “La Señora se nos va a mediodía (…) Lleva aquí mucho tiempo, y se va así de golpe”. Lo que provoca un cambio en Petrone. De sentir ira y rabia por el llanto y la mujer, ahora se siente culpable. “Él tenía la culpa de que esa mujer se fuera del hotel, enloquecida de miedo, de vergüenza o de rabia”. Sin embargo no repara lo cometido y se resigna al llanto del niño. “Dando vueltas y vueltas, se sintió como vencido por ese silencio que había reclamado con astucia y que le devolvían entero y vengativo. Irónicamente pensó que extrañaba el llanto del niño, que esa calma perfecta no le bastaba para dormir y todavía menos para estar despierto”.

Conclusión...

Nuestra hipótesis de partida fue que el cuento La puerta condenada de Julio Cortázar, construye un enunciador que transita por dos mundos: el cotidiano y el fantástico, generando de esta manera incertidumbre, duda y ansiedad en el enunciatario ante la situación disfórica que atraviesa un actor empresario. 

A lo largo de este análisis fuimos descubriendo cómo el enunciador hace- saber, para luego hacer - dudar de algún modo al enunciatario, por medio de distintas estrategias que atraviesan todos los aspectos analizados. 
El cuento está narrado en tercera persona por un narrador que sabe tanto como los personajes. 
Nos encontramos ante un relato que responde a las características del género fantástico. El mundo del fantástico aparece ilegal, absurdo e intranquilizante. En el cuento de Cortázar se presenta un mundo que no es situado en otra parte, sino que es este mundo, que ha cambiado sus propiedades. Según Todorov, “lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural” (Ferrero: 1994; p.29). 
El enunciador construye un mundo en donde reina lo improbable, lo inexplicable produciendo una ruptura de la realidad, lo que provoca que el enunciatario vacile entre un mundo natural y otro sobrenatural. 
El enunciador hace que tanto los personajes como el enunciatario se encuentren en un estado de incertidumbre, al no poder decidir sobre la naturaleza de un hecho que viene a romper con la normas del mundo real. “Petrone empezó a sospechar que aquello era una farsa, un juego ridículo y monstruoso que no alcanzaba a explicarse”
La locura, la perversión, lo demoníaco y lo tenebroso son temas que están presentes en el texto. 
El enunciador construye una realidad en la que es posible que sucedan cosas extrañas y genera extrañamiento tanto en los personajes como en el enunciatario ante la presencia de algo diferente.






martes, 30 de agosto de 2011

"Julio Cortázar"

A Julio Cortázar se lo considera uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica. Los contenidos de su obra transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico produciendo de esta manera incertidumbre y duda en el enunciatario frente a lo que está leyendo.
Alcanzó la consagración mundial con Rayuela obra publicada en 1966, una de las obras centrales del boom latinoamericano. Esta novela rompió los cánones tradicionales de la narrativa por su concepción radicalmente innovadora.  Te invito a leer la novela completa en http://www.literaberinto.com/cortazar/rayuela.htm


Julio Cortázar y el género fantástico...


Cortázar dijo  de lo fantástico: “Ese sentimiento de lo fantástico (…) me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante” (Fragmento tomado de El sentimiento de lo fantástico. Conferencia dictada por Julio Cortázar en la Universidad Católica Andrés Bello en el 1982. Podrás leer la conferencia completa en: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/cortaz5.htm




Algunos datos sobre la vida de Julio Cortázar...

Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914 en Bruselas (Bélgica). Hijo de Julio José Cortázar y María Herminia Descotte. Su padre era funcionario de la embajada de Argentina en Bélgica, desempeñándose en esa representación diplomática como agregado comercial. En ese entonces, Bruselas estaba ocupada por los alemanes.
Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, los Cortázar lograron pasar a Suiza gracias a la condición alemana de la abuela materna de Julio, y de allí, poco tiempo más tarde a Barcelona, donde vivieron un año y medio. A los cuatro años volvieron a la Argentina y pasó el resto de su infancia en Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana. El barrio, la casa, la familia, nutren todo una fantasmagoría de la vida cotidiana que se hace presente en su primera producción literaria.
Cortázar fue un niño enfermizo y pasó mucho tiempo en cama, por lo que la lectura fue su gran compañera. Su madre le seleccionaba lo que podía leer, convirtiéndose en la gran iniciadora de su camino de lector, primero, y de escritor después.
Estudió Magisterio y Profesorado en Letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, en Once, otro de los barrios donde pasó su adolescencia y juventud, espacio privilegiado por muchos de sus poemas y relatos.
Fue profesor de enseñanza media en Bolivar y Chivilcoy, hecho que le permitió conocer el ambiente pueblerino que aparece en su obra.
En 1944 se traslada a Cuyo, Mendoza, y en la Universidad que trabaja como docente imparte cursos de Literatura Francesa. En 1945, cuando Juan Domingo Perón gana las elecciones presidenciales, Cortázar presenta la renuncia a sus cátedras. 
En 1948 obtiene el título de traductor público de inglés y francés.
En 1951 disconforme con el gobierno de Perón y tras recibir una beca para estudiar en París se dirige a dicha ciudad. Lugar donde, salvo esporádicos viajes por Europa y América Latina, residiría durante el resto de su vida.
En 1953 se casa con Aurora Bernárdez una traductora argentina.
Traduce la obra completa de Edgar Allan Poe, considerada por los críticos como la mejor traducción del escritor estadounidense.
En 1967, Cortázar rompe su vínculo con Bernárdez y contrae pareja con la lituana Ugné Karvelis, con quien nunca se casó, pero quien le inculcó un gran interés por la política. Con su tercera pareja y segunda esposa, la escritora canadiense Carol Dunlop, realizó numerosos viajes. Con ella viajaron por todo el mundo. Carol Dunlop muere dos años antes que Cortázar. 
Julio Cortázar muere el 12 de febrero de 1984 a causa de una leucemia.

Un poco de lectura...

A continuación te invito a leer el cuento "La señorita Cora". Este cuento forma parte del libro Todos los fuegos el fuego, de Julio Cortázar, publicado en el año 1966. Este volumen contiene ocho cuentos inolvidables, auténticos clásicos dentro de la obra del autor argentino. Entre estos nos encontramos, además de "La señorita Cora", con: "La autopista del sur"; "La salud de los enfermos"; "Reunión"; "La isla de mediodía"; "Instrucciones para John Howell"; "Todos los fuegos el fuego"; "El otro cielo".
Todos estos cuentos están anudados por lo fantástico, por lo absurdo, por esa necesidad de admitir y mostrar otras realidades que guiaron siempre la escritura de Cortázar.
En el cuento "La señorita Cora" se relata el transcurso de varios días en un hospital de un adolescente que ingresa  para una operación de apéndice. Una de las peculiaridades del relato de Cortázar reside en el cambio del narrador de la historia de forma abrupta, en un mismo párrafo o incluso una misma frase, de manera que la historia evoluciona contada alternamente por diferentes personajes que toman parte de los acontecimientos.


La señorita Cora de Julio Cortázar.

We´ll send your to college, all for  a year or two.
And then perhaps in time the boy  will do for you
- The  tress that grow so high.
(Canción folclórica inglesa). 



No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos quiere disimular y hacerse el hombre grande. La impresión que le habrá hecho cuando se dio cuenta de que no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio charla, le hizo poner el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo hace por pura maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté si estaba segura de que tenía que irme. No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora de la clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba, le dije lo que pensaba y eso que el nene no sabía donde meterse de vergüenza y su padre se hacía el desentendido y de paso seguro que le miraba las piernas como de costumbre. Lo único que me consuela es que el ambiente es bueno, se nota que es una clínica para personas pudientes; el nene tiene un velador de lo más lindo para leer sus revistas, y por suerte su padre se acordó de traerle caramelos de menta que son los que más le gustan. Pero mañana por la mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para que la ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá que ver si la frazada lo abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas le dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga, menos mal que se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer cada papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz de pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba protestando... Está bien, si no la dejaban quedarse qué le vamos a hacer, ya soy bastante grande para dormir solo de noche, me parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace acordar a esa película de miedo que también pasaba en una clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco la puerta y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de la máscara blanca...
La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y media con unos papeles y me empezó a preguntar mi nombre completo, la edad y esas cosas. Yo guardé la revista en seguida porque hubiera quedado mejor estar leyendo un libro de veras y no una fotonovela, y creo que ella se dio cuenta pero no dijo nada, seguro que todavía estaba enojada por lo que le había dicho mamá y pensaba que yo era igual que ella y que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me dolía el apéndice y le dije que no, que esa noche estaba muy bien. "A ver el pulso", me dijo, y después de tomármelo anotó algo más en la planilla y la colgó a los pies de la cama. "¿Tenés hambre?", me preguntó, y yo creo que me puse colorado porque me tomó de sorpresa que me tuteara, es tan joven que me hizo impresión. Le dije que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo hambre. "Esta noche vas a cenar muy liviano", dijo ella, y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de caramelos de menta y se iba. No sé si empecé a decirle algo, creo que no. Me daba una rabia que me hiciera eso como a un chico, bien podía haberme dicho que no tenía que comer caramelos, pero llevárselos... Seguro que estaba furiosa por lo de mamá y se desquitaba conmigo, de puro resentida; qué sé yo, después que se fue se me pasó de golpe el fastidio, quería seguir enojado con ella pero no podía. Qué joven es, clavado que no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco. A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va a ser mi enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora muy amable vestida de azul que me trajo un caldo y bizcochos y me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me dijo que en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la clínica, y es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me despertó una enfermera chiquita y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera como se hace en estas clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo, y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su mamá que no ha cerrado los ojos la pobre. El doctor De Luisi entró para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más que mirándola de arriba a abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene iban a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la operación, a su edad una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho y aproveché para decirle que me había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la tarde, se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a faltarle la atención necesaria. Después entré en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro día. Como si fuera el fin del mundo, me mira de un modo la pobre, pero si no me voy a morir, mamá, haceme un poco el favor. Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Andate tranquila que estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí, diez minutos queriendo saber si me duele aquí o mas allá, menos mal que se tiene que ocupar de mi hermana en casa, al final se fue y yo pude terminar la fotonovela que había empezado anoche.
La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir porque se me caían las revistas de la mano y de golpe estaba soñando con el colegio y que íbamos a un picnic con las chicas del normal como el año pasado y bailábamos a la orilla de la pileta, era muy divertido. Me desperté a eso de las cuatro y media y empecé a pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor De Luisi dijo que no es nada, pero debe ser raro la anestesia y que te corten cuando estás dormido, el Cacho decía que lo peor es despertarse, que duele mucho y por ahí vomitás y tenés fiebre. El nene de mamá ya no está tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de golpe en la cama cuando me vio entrar y escondió la revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui a subir la calefacción, después traje el termómetro y se lo di. "¿Te lo sabes poner?", le pregunté, y las mejillas parecía que iban a reventársele de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía tan ruborizado que estuve a punto de reírme, pero con los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta acostumbrarse a esas cosas. Y para peor me mira en los ojos, por qué no le puedo aguantar esa mirada si al final no es más que una mujer, cuando saqué el termómetro de debajo de las frazadas y se lo alcancé, ella me miraba y yo creo que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que me pongo colorado, es algo que no puedo evitar, es más fuerte que yo. Después anotó la temperatura en la hoja que está a los pies de la cama y se fue sin decir nada. Ya casi no me acuerdo de lo que hablé con papá y mamá cuando vinieron a verme a las seis. Se quedaron poco porque la señorita Cora les dijo que había que prepararme y que era mejor que estuviese tranquilo la noche antes. Pensé que mamá iba a soltarle alguna de las suyas pero la miró nomás de arriba abajo, y papá también pero yo al viejo le conozco las miradas, es algo muy diferente. Justo cuando se estaba yendo la oí a mamá que le decía a la señorita Cora: "Le agradeceré que lo atienda bien, es un niño que ha estado siempre muy rodeado por su familia", o alguna idiotez por el estilo, y me hubiera querido morir de rabia, ni siquiera escuché lo que le contestó la señorita Cora, pero estoy seguro de que no le gustó, a lo mejor piensa que me estuve quejando de ella o algo así.
Volvió a eso de las seis y media con una mesita de esas de ruedas llena de frascos y algodones, y no sé por qué de golpe me dio un poco de miedo, en realidad no era miedo pero empecé a mirar lo que había en la mesita, toda clase de frascos azules o rojos, tambores de gasa y también pinzas y tubos de goma, el pobre debía estar empezando a asustarse sin la mamá que parece un papagayo endomingado, le agradeceré que atienda bien al nene, mire que he hablado con el doctor De Luisi, pero sí, señora, se lo vamos a atender como a un príncipe. Es bonito su nene, señora, con esas mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré las frazadas hizo un gesto como para volver a taparse, y creo que se dio cuenta de que me hacía gracia verlo tan pudoroso. "A ver, bajate el pantalón del piyama", le dije sin mirarlo en la cara. "¿El pantalón?", preguntó con una voz que se le quebró en un gallo. "Si, claro, el pantalón", repetí, y empezó a soltar el cordón y a desabotonarse con unos dedos que no le obedecían. Le tuve que bajar yo misma el pantalón hasta la mitad de los muslos, y era como me lo había imaginado. "Ya sos un chico crecidito", le dije, preparando la brocha y el jabón aunque la verdad es que poco tenía para afeitar. "¿Cómo te llaman en tu casa?", le pregunté mientras lo enjabonaba. "Me llamo Pablo", me contestó con una voz que me dio lástima, tanta era la vergüenza. "Pero te darán algún sobrenombre", insistí, y fue todavía peor porque me pareció que se iba a poner a llorar mientras yo le afeitaba los pocos pelitos que andaban por ahí. "¿Así que no tenés ningún sobrenombre? Sos el nene solamente, claro." Terminé de afeitarlo y le hice una seña para que se tapara, pero él se adelantó y en un segundo estuvo cubierto hasta el pescuezo. "Pablo es un bonito nombre", le dije para consolarlo un poco; casi me daba pena verlo tan avergonzado, era la primera vez que me tocaba atender a un muchachito tan joven y tan tímido, pero me seguía fastidiando algo en él que a lo mejor le venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que no me gustaba, y hasta me molestaba que fuera tan bonito y tan bien hecho para sus años, un mocoso que ya debía creerse un hombre y que a la primera de cambio sería capaz de soltarme un piropo.
Me quedé con los ojos cerrados, era la única manera de escapar un poco de todo eso, pero no servía de nada porque justamente en ese momento agregó: "¿Así que no tenés ningún sobrenombre. Sos el nene solamente, claro", y yo hubiera querido morirme, o agarrarla por la garganta y ahogarla, y cuando abrí los ojos le vi el pelo castaño casi pegado a mi cara porque se había agachado para sacarme un resto de jabón, y olía a shampoo de almendra como el que se pone la profesora de dibujo, o algún perfume de esos, y no supe qué decir y lo único que se me ocurrió fue preguntarle: "¿Usted se llama Cora, verdad?" Me miró con aire burlón, con esos ojos que ya me conocían y que me habían visto por todos lados, y dijo: "La señorita Cora." Lo dijo para castigarme, lo sé, igual que antes había dicho: "Ya sos un chico crecidito", nada más que para burlarse. Aunque me daba rabia tener la cara colorada, eso no lo puedo disimular nunca y es lo peor que me puede ocurrir, lo mismo me animé a decirle: "Usted es tan joven que... Bueno, Cora es un nombre muy lindo." No era eso, lo que yo había querido decirle era otra cosa y me parece que se dio cuenta y le molestó, ahora estoy seguro de que está resentida por culpa de mamá, yo solamente quería decirle que era tan joven que me hubiera gustado poder llamarla Cora a secas, pero cómo se lo iba a decir en ese momento cuando se había enojado y ya se iba con la mesita de ruedas y yo tenía unas ganas de llorar, esa es otra cosa que no puedo impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesitaría estar más tranquilo para decir lo que pienso. Ella iba a salir pero al llegar a la puerta se quedó un momento como para ver si no se olvidaba de alguna cosa, y yo quería decirle lo que estaba pensando pero no encontraba las palabras y lo único que se me ocurrió fue mostrarle la taza con el jabón, se había sentado en la cama y después de aclararse la voz dijo: "Se le olvida la taza con el jabón", muy seriamente y con un tono de hombre grande. Volví a buscar la taza y un poco para que se calmara le pasé la mano por la mejilla. "No te aflijas, Pablito", le dije. "Todo irá bien, es una operación de nada." Cuando lo toqué echó la cabeza atrás como ofendido, y después resbaló hasta esconder la boca en el borde de las frazadas. Desde ahí, ahogadamente, dijo: "Puedo llamarla Cora, ¿verdad?" Soy demasiado buena, casi me dio lástima tanta vergüenza que buscaba desquitarse por otro lado, pero sabía que no era el caso de ceder porque después me resultaría difícil dominarlo, y a un enfermo hay que dominarlo o es lo de siempre, los líos de María Luisa en la pieza catorce o los retos del doctor De Luisi que tiene un olfato de perro para esas cosas. "Señorita Cora", me dijo tomando la taza y yéndose. Me dio una rabia, unas ganas de pegarle, de saltar de la cama y echarla a empujones, o de... Ni siquiera comprendo cómo pude decirle: "Si yo estuviera sano a lo mejor me trataría de otra manera." Se hizo la que no oía, ni siquiera dio vuelta la cabeza, y me quedé solo y sin ganas de leer, sin ganas de nada, en el fondo hubiera querido que me contestara enojada para poder pedirle disculpas porque en realidad no era lo que yo había pensado decirle, tenía la garganta tan cerrada que no sé cómo me habían salido las palabras, se lo había dicho de pura rabia pero no era eso, o a lo mejor sí pero de otra manera.
Y sí, son siempre lo mismo, una los acaricia, les dice una frase amable, y ahí nomás asoma el machito, no quieren convencerse de que todavía son unos mocosos. Esto tengo que contárselo a Marcial, se va a divertir y cuando mañana lo vea en la mesa de operaciones le va a hacer todavía más gracia, tan tiernito el pobre con esa carucha arrebolada, maldito calor que me sube por la piel, cómo podría hacer para que no me pase eso, a lo mejor respirando hondo antes de hablar, que sé yo. Se debe haber ido furiosa, estoy seguro de que escuchó perfectamente, no sé cómo le dije eso, yo creo que cuando le pregunté si podía llamarla Cora no se enojó, me dijo lo de señorita porque es su obligación pero no estaba enojada, la prueba es que vino y me acarició la cara; pero no, eso fue antes, primero me acarició y entonces yo le dije lo de Cora y lo eché todo a perder. Ahora estamos peor que antes y no voy a poder dormir aunque me den un tubo de pastillas. La barriga me duele de a ratos, es raro pasarse la mano y sentirse tan liso, lo malo es que me vuelvo a acordar de todo y del perfume de almendras, la voz de Cora, tiene una voz muy grave para una chica tan joven y linda, una voz como de cantante de boleros, algo que acaricia aunque esté enojada. Cuando oí pasos en el corredor me acosté del todo y cerré los ojos, no quería verla, no me importaba verla, mejor que me dejara en paz, sentí que entraba y que encendía la luz del cielo raso, se hacía el dormido como un angelito, con una mano tapándose la cara, y no abrió los ojos hasta que llegué al lado de la cama. Cuando vio lo que traía se puso tan colorado que me volvió a dar lástima y un poco de risa, era demasiado idiota realmente. "A ver, m'hijito, bájese el pantalón y dese vuelta para el otro lado", y el pobre a punto de patalear como haría con la mamá cuando tenía cinco años, me imagino, a decir que no y a llorar y a meterse debajo de las cobijas y a chillar, pero el pobre no podía hacer nada de eso ahora, solamente se había quedado mirando el irrigador y después a mí que esperaba, y de golpe se dio vuelta y empezó a mover las manos debajo de las frazadas pero no atinaba a nada mientras yo colgaba el irrigador en la cabecera, tuve que bajarle las frazadas y ordenarle que levantara un poco el trasero para correrle mejor el pantalón y deslizarle una toalla. "A ver, subí un poco las piernas, así está bien, echate más de boca, te digo que te eches más de boca, así." Tan callado que era casi como si gritara, por una parte me hacía gracia estarle viendo el culito a mi joven admirador, pero de nuevo me daba un poco de lástima por él, era realmente como si lo estuviera castigando por lo que me había dicho. "Avisá si está muy caliente", le previne, pero no contestó nada, debía estar mordiéndose un puño y yo no quería verle la cara y por eso me senté al borde de la cama y esperé a que dijera algo, pero aunque era mucho líquido lo aguantó sin una palabra hasta el final, y cuando terminó le dije, y eso sí se lo dije para cobrarme lo de antes: "Así me gusta, todo un hombrecito", y lo tapé mientras le recomendaba que aguantase lo más posible antes de ir al baño. "¿Querés que te apague la luz o te la dejo hasta que te levantes?", me preguntó desde la puerta. No sé cómo alcancé a decirle que era lo mismo, algo así, y escuché el ruido de la puerta al cerrarse y entonces me tapé la cabeza con las frazadas y qué le iba a hacer, a pesar de los cólicos me mordí las dos manos y lloré tanto que nadie, nadie puede imaginarse lo que lloré mientras la maldecía y la insultaba y le clavaba un cuchillo en el pecho cinco, diez, veinte veces, maldiciéndola cada vez y gozando de lo que sufría y de cómo me suplicaba que la perdonase por lo que me había hecho.
Es lo de siempre, che Suárez, uno corta y abre, y en una de esas la gran sorpresa. Claro que a la edad del pibe tiene todas las chances a su favor, pero lo mismo le voy a hablar claro al padre, no sea cosa que en una de esas tengamos un lío. Lo más probable es que haya una buena reacción, pero ahí hay algo que falla, pensá en lo que pasó al comienzo de la anestesia: parece mentira en un pibe de esa edad. Lo fui a ver a las dos horas y lo encontré bastante bien si pensás en lo que duró la cosa. Cuando entró el doctor De Luisi yo estaba secándole la boca al pobre, no terminaba de vomitar y todavía le duraba la anestesia pero el doctor lo auscultó lo mismo y me pidió que no me moviera de su lado hasta que estuviera bien despierto. Los padres siguen en la otra pieza, la buena señora se ve que no está acostumbrada a estas cosas, de golpe se le acabaron las paradas, y el viejo parece un trapo. Vamos, Pablito, vomitá si tenés ganas y quejate todo lo que quieras, yo estoy aquí, sí, claro que estoy aquí, el pobre sigue dormido pero me agarra la mano como si se estuviera ahogando. Debe creer que soy la mamá, todos creen eso, es monótono. Vamos, Pablo, no te muevas así, quieto que te va a doler más, no, dejá las manos tranquilas, ahí no te podes tocar. Al pobre le cuesta salir de la anestesia. Marcial me dijo que la operación había sido muy larga. Es raro, habrán encontrado alguna complicación: a veces el apéndice no está tan a la vista, le voy a preguntar a Marcial esta noche. Pero sí, m'hijito, estoy aquí, quéjese todo lo que quiera pero no se mueva tanto, yo le voy a mojar los labios con este pedacito de hielo en una gasa, así se le va pasando la sed. Si, querido, vomitá más, aliviate todo lo que quieras. Qué fuerza tenés en las manos, me vas a llenar de moretones, sí, sí, llorá si tenés ganas, llorá, Pablito, eso alivia, llorá y quejate, total estás tan dormido y creés que soy tu mamá. Sos bien bonito, sabés, con esa nariz un poco respingada y esas pestañas como cortinas, parecés mayor ahora que estás tan pálido. Ya no te pondrías colorado por nada, verdad, mi pobrecito. Me duele, mamá, me duele aquí, dejame que me saque ese peso que me han puesto, tengo algo en la barriga que pesa tanto y me duele, mamá, decile a la enfermera que me saque eso. Sí, m'hijito, ya se le va a pasar, quédese un poco quieto, por qué tendrás tanta fuerza, voy a tener que llamar a María Luisa para que me ayude. Vamos, Pablo, me enojo si no te estás quieto, te va a doler mucho más si seguís moviéndote tanto. Ah, parece que empezás a darte cuenta, me duele aquí, señorita Cora, me duele tanto aquí, hágame algo por favor, me duele tanto aquí, suélteme las manos, no puedo más, señorita Cora, no puedo más.
Menos mal que se ha dormido el pobre querido, la enfermera me vino a buscar a las dos y media y me dijo que me quedara un rato con él que ya estaba mejor, pero lo veo tan pálido, ha debido perder tanta sangre, menos mal que el doctor De Luisi dijo que todo había salido bien. La enfermera estaba cansada de luchar con él, yo no entiendo por qué no me hizo entrar antes, en esta clínica son demasiado severos. Ya es casi de noche y el nene ha dormido todo el tiempo, se ve que está agotado, pero me parece que tiene mejor cara, un poco de color. Todavía se queja de a ratos pero ya no quiere tocarse el vendaje y respira tranquilo, creo que pasará bastante buena noche. Como si yo no supiera lo que tengo que hacer, pero era inevitable; apenas se le pasó el primer susto a la buena señora le salieron otra vez los desplantes de patrona, por favor que al nene no le vaya a faltar nada por la noche, señorita. Decí que te tengo lástima, vieja estúpida, si no ya ibas a ver cómo te trataba. Las conozco a éstas, creen que con una buena propina el último día lo arreglan todo. Y a veces la propina ni siquiera es buena, pero para qué seguir pensando, ya se mandó mudar y todo está tranquilo. Marcial, quedate un poco, no ves que el chico duerme, contame lo que pasó esta mañana. Bueno, si estás apurado lo dejamos para después. No, mirá que puede entrar María Luisa, aquí no, Marcial. Claro, el señor se sale con la suya, ya te he dicho que no quiero que me beses cuando estoy trabajando, no está bien. Parecería que no tenemos toda la noche para besarnos, tonto. Andate. Váyase le digo, o me enojo. Bobo, pajarraco. Sí, querido, hasta luego. Claro que sí. Muchísimo.
Está muy oscuro pero es mejor, no tengo ni ganas de abrir los ojos. Casi no me duele, qué bueno estar así respirando despacio, sin esas náuseas. Todo está tan callado, ahora me acuerdo que vi a mamá, me dijo no sé qué, yo me sentía tan mal. Al viejo lo miré apenas, estaba a los pies de la cama y me guiñaba un ojo, el pobre siempre el mismo. Tengo un poco de frío, me gustaría otra frazada. Señorita Cora, me gustaría otra frazada. Pero sí estaba ahí, apenas abrí los ojos la vi sentada al lado de la ventana leyendo un revista. Vino en seguida y me arropó, casi no tuve que decirle nada porque se dio cuenta en seguida. Ahora me acuerdo, yo creo que esta tarde la confundía con mamá y que ella me calmaba, o a lo mejor estuve soñando. ¿Estuve soñando, señorita Cora? Usted me sujetaba las manos, ¿verdad? Yo decía tantas pavadas, pero es que me dolía mucho, y las náuseas... Discúlpeme, no debe ser nada lindo ser enfermera. Sí, usted se ríe pero yo sé, a lo mejor la manché y todo. Bueno, no hablaré más. Estoy tan bien así, ya no tengo frío. No, no me duele mucho, un poquito solamente. ¿Es tarde, señorita Cora? Sh, usted se queda calladito ahora, ya le he dicho que no puede hablar mucho, alégrese de que no le duela y quédese bien quieto. No, no es tarde, apenas las siete. Cierre los ojos y duerma. Así. Duérmase ahora.
Sí, yo querría pero no es tan fácil. Por momentos me parece que me voy a dormir, pero de golpe la herida me pega un tirón o todo me da vueltas en la cabeza, y tengo que abrir los ojos y mirarla, está sentada al lado de la ventana y ha puesto la pantalla para leer sin que me moleste la luz. ¿Por qué se quedará aquí todo el tiempo? Tiene un pelo precioso, le brilla cuando mueve la cabeza. Y es tan joven, pensar que hoy la confundí con mamá, es increíble. Vaya a saber qué cosas le dije, se debe haber reído otra vez de mí. Pero me pasaba hielo por la boca, eso me aliviaba tanto, ahora me acuerdo, me puso agua colonia en la frente y en el pelo, y me sujetaba las manos para que no me arrancara el vendaje. Ya no está enojada conmigo, a lo mejor mamá le pidió disculpas o algo así, me miraba de otra manera cuando me dijo: "Cierre los ojos y duérmase." Me gusta que me mire así, parece mentira lo del primer día cuando me quitó los caramelos. Me gustaría decirle que es tan linda, que no tengo nada contra ella, al contrario, que me gusta que sea ella la que me cuida de noche y no la enfermera chiquita. Me gustaría que me pusiera otra vez agua colonia en el pelo. Me gustaría que me pidiera perdón, que me dijera que la puedo llamar Cora.
Se quedó dormido un buen rato, a las ocho calculé que el doctor De Luisi no tardaría y lo desperté para tomarle la temperatura. Tenía mejor cara y le había hecho bien dormir. Apenas vio el termómetro sacó una mano fuera de las cobijas, pero le dije que se estuviera quieto. No quería mirarlo en los ojos para que no sufriera pero lo mismo se puso colorado y empezó a decir que él podía muy bien solo. No le hice caso, claro, pero estaba tan tenso el pobre que no me quedó más remedio que decirle: "Vamos, Pablo, ya sos un hombrecito, no te vas a poner así cada vez, verdad?" Es lo de siempre, con esa debilidad no pudo contener las lágrimas; haciéndome la que no me daba cuenta anoté la temperatura y me fui a prepararle la inyección. Cuando volvió yo me había secado los ojos con la sábana y tenía tanta rabia contra mí mismo que hubiera dado cualquier cosa por poder hablar, decirle que no me importaba, que en realidad no me importaba pero que no lo podía impedir. "Esto no duele nada", me dijo con la jeringa en la mano. "Es para que duermas bien toda la noche." Me destapó y otra vez sentí que me subía la sangre a la cara, pero ella se sonrió un poco y empezó a frotarme el muslo con un algodón mojado. "No duele nada", le dije porque algo tenía que decirle, no podía ser que me quedara así mientras ella me estaba mirando. "Ya ves", me dijo sacando la aguja y frotándome con el algodón. "Ya ves que no duele nada. Nada te tiene que doler, Pablito." Me tapó y me pasó la mano por la cara. Yo cerré los ojos y hubiera querido estar muerto, estar muerto y que ella me pasara la mano por la cara, llorando.


Nunca entendí mucho a Cora pero esta vez se fue a la otra banda. La verdad que no me importa si no entiendo a las mujeres, lo único que vale la pena es que lo quieran a uno. Si están nerviosas, si se hacen problema por cualquier macana, bueno nena, ya está, deme un beso y se acabó. Se ve que todavía es tiernita, va a pasar un buen rato antes de que aprenda a vivir en este oficio maldito, la pobre apareció esta noche con una cara rara y me costó media hora hacerle olvidar esas tonterías. Todavía no ha encontrado la manera de buscarle la vuelta a algunos enfermos, ya le pasó con la vieja del veintidós pero yo creía que desde entonces habría aprendido un poco, y ahora este pibe le vuelve a dar dolores de cabeza. Estuvimos tomando mate en mi cuarto a eso de las dos de la mañana, después fue a darle la inyección y cuando volvió estaba de mal humor, no quería saber nada conmigo. Le queda bien esa carucha de enojada, de tristona, de a poco se la fui cambiando, y al final se puso a reír y me contó, a esa hora me gusta tanto desvestirla y sentir que tiembla un poco como si tuviera frío. Debe ser muy tarde, Marcial. Ah, entonces puedo quedarme un rato todavía, la otra inyección le toca a las cinco y media, la galleguita no llega hasta las seis. Perdoname, Marcial, soy una boba, mirá que preocuparme tanto por ese mocoso, al fin y al cabo lo tengo dominado pero de a ratos me da lástima, a esa edad son tan tontos, tan orgullosos, si pudiera le pediría al doctor Suárez que me cambiara, hay dos operados en el segundo piso, gente grande, uno les pregunta tranquilamente si han ido de cuerpo, les alcanza la chata, los limpia si hace falta, todo eso charlando del tiempo o de la política, es un ir y venir de cosas naturales, cada uno está en lo suyo, Marcial, no como aquí, comprendés. Sí, claro que hay que hacerse a todo, cuántas veces me van a tocar chicos de esa edad, es una cuestión de técnica como decís vos. Sí, querido, claro. Pero es que todo empezó mal por culpa de la madre, eso no se ha borrado, sabés, desde el primer minuto hubo como un malentendido, y el chico tiene su orgullo y le duele, sobre todo que al principio no se daba cuenta de todo lo que iba a venir y quiso hacerse el grande, mirarme como si fueras vos, como un hombre. Ahora ya ni le puedo preguntar si quiere hacer pis, lo malo es que sería capaz de aguantarse toda la noche si yo me quedara en la pieza. Me da risa cuando me acuerdo, quería decir que sí y no se animaba, entonces me fastidió tanta tontería y lo obligué para que aprendiera a hacer pis sin moverse, bien tendido de espaldas. Siempre cierra los ojos en esos momentos pero es casi peor, está a punto de llorar o de insultarme, está entre las dos cosas y no puede, es tan chico, Marcial, y esa buena señora que lo ha de haber criado como un tilinguito, el nene de aquí y el nene de allí, mucho sombrero y saco entallado pero en el fondo el bebé de siempre, el tesorito de mamá. Ah, y justamente le vengo a tocar yo, el alto voltaje como decís vos, cuando hubiera estado tan bien con María Luisa que es idéntica a su tía y que lo hubiera limpiado por todos lados sin que se le subieran los colores a la cara. No, la verdad, no tengo suerte, Marcial.


Estaba soñando con la clase de francés cuando encendió la luz del velador, lo primero que le veo es siempre el pelo, será porque se tiene que agachar para las inyecciones o lo que sea, el pelo cerca de mi cara, una vez me hizo cosquillas en la boca y huele tan bien, y siempre se sonríe un poco cuando me está frotando con el algodón, me frotó un rato largo antes de pincharme y yo le miraba la mano tan segura que iba apretando de a poco la jeringa, el líquido amarillo que entraba despacio, haciéndome doler. "No, no me duele nada." Nunca le podré decir: "No me duele nada, Cora." Y no le voy a decir señorita Cora, no se lo voy a decir nunca. Le hablaré lo menos que pueda y no la pienso llamar señorita Cora aunque me lo pida de rodillas. No, no me duele nada. No, gracias, me siento bien, voy a seguir durmiendo. Gracias.
Por suerte ya tiene de nuevo sus colores pero todavía está muy decaído, apenas si pudo darme un beso, y a tía Esther casi no la miró y eso que le había traído las revistas y una corbata preciosa para el día en que lo llevemos a casa. La enfermera de la mañana es un amor de mujer, tan humilde, con ella sí da gusto hablar, dice que el nene durmió hasta las ocho y que bebió un poco de leche, parece que ahora van a empezar a alimentarlo, tengo que decirle al doctor Suárez que el cacao le hace mal, o a lo mejor su padre ya se lo dijo porque estuvieron hablando un rato. Si quiere salir un momento, señora, vamos a ver cómo anda este hombre. Usted quédese, señor Morán, es que a la mamá le puede hacer impresión tanto vendaje. Vamos a ver un poco, compañero. ¿Ahí duele? Claro, es natural. Y ahí, decime si ahí te duele o solamente está sensible. Bueno, vamos muy bien, amiguito. Y así cinco minutos, si me duele aquí, si estoy sensible más acá, y el viejo mirándome la barriga como si me la viera por primera vez. Es raro pero no me siento tranquilo hasta que se van, pobres viejos tan afligidos pero qué le voy a hacer, me molestan, dicen siempre lo que no hay que decir, sobre todo mamá, y menos mal que la enfermera chiquita parece sorda y le aguanta todo con esa cara de esperar propina que tiene la pobre. Mirá que venir a jorobar con lo del cacao, ni que yo fuese un niño de pecho. Me dan unas ganas de dormir cinco días seguidos sin ver a nadie, sobre todo sin ver a Cora, y despertarme justo cuando me vengan a buscar para ir a casa. A lo mejor habrá que esperar unos días más, señor Morán, ya sabrá por De Luisi que la operación fue más complicada de lo previsto, a veces hay pequeñas sorpresas. Claro que con la constitución de ese chico yo creo que no habrá problema, pero mejor dígale a su señora que no va a ser cosa de una semana como se pensó al principio. Ah, claro, bueno, de eso usted hablará con el administrador, son cosas internas. Ahora vos fijate si no es mala suerte, Marcial, anoche te lo anuncié, esto va a durar mucho más de lo que pensábamos. Sí, ya sé que no importa pero podrías ser un poco más comprensivo, sabés muy bien que no me hace feliz atender a ese chico, y a él todavía menos, pobrecito. No me mirés así, por qué no le voy a tener lástima. No me mirés así.
Nadie me prohibió que leyera pero se me caen las revistas de la mano, y eso que tengo dos episodios por terminar y todo lo que me trajo tía Esther. Me arde la cara, debo de tener fiebre o es que hace mucho calor en esta pieza, le voy a pedir a Cora que entorne un poco la ventana o que me saque una frazada. Quisiera dormir, es lo que más me gustaría, que ella estuviese allí sentada leyendo una revista y yo durmiendo sin verla, sin saber que esta allí, pero ahora no se va a quedar más de noche, ya pasó lo peor y me dejarán solo. De tres a cuatro creo que dormí un rato, a las cinco justas vino con un remedio nuevo, unas gotas muy amargas. Siempre parece que se acaba de bañar y cambiar, está tan fresca y huele a talco perfumado, a lavanda. "Este remedio es muy feo, ya sé", me dijo, y se sonreía para animarme. "No, es un poco amargo, nada más", le dije. "¿Cómo pasaste el día?", me preguntó, sacudiendo el termómetro. Le dije que bien, que durmiendo, que el doctor Suárez me había encontrado mejor, que no me dolía mucho. "Bueno, entonces podés trabajar un poco", me dijo dándome el termómetro. Yo no supe qué contestarle y ella se fue a cerrar las persianas y arregló los frascos en la mesita mientras yo me tomaba la temperatura. Hasta tuve tiempo de echarle un vistazo al termómetro antes de que viniera a buscarlo. "Pero tengo muchísima fiebre", me dijo como asustado. Era fatal, siempre seré la misma estúpida, por evitarle el mal momento le doy el termómetro y naturalmente el muy chiquilín no pierde tiempo en enterarse de que está volando de fiebre. "Siempre es así los primeros cuatro días, y además nadie te mandó que miraras", le dije, más furiosa contra mí que contra él. Le pregunté si había movido el vientre y me dijo que no. Le sudaba la cara, se la sequé y le puse un poco de agua colonia; había cerrado los ojos antes de contestarme y no los abrió mientras yo lo peinaba un poco para que no le molestara el pelo en la frente. Treinta y nueve nueve era mucha fiebre, realmente. "Tratá de dormir un rato", le dije, calculando a qué hora podría avisarle al doctor Suárez. Sin abrir los ojos hizo un gesto como de fastidio, y articulando cada palabra me dijo: "Usted es mala conmigo, Cora." No atiné a contestarle nada, me quedé a su lado hasta que abrió los ojos y me miró con toda su fiebre y toda su tristeza. Casi sin darme cuenta estiré la mano y quise hacerle una caricia en la frente, pero me rechazó de un manotón y algo debió tironearle en la herida porque se crispó de dolor. Antes de que pudiera reaccionar me dijo en voz muy baja: "Usted no sería así conmigo si me hubiera conocido en otra parte." Estuve al borde de soltar una carcajada, pero era tan ridículo que me dijera eso mientras se le llenaban los ojos de lágrimas que me pasó lo de siempre, me dio rabia y casi miedo, me sentí de golpe como desamparada delante de ese chiquilín pretencioso. Conseguí dominarme (eso se lo debo a Marcial, me ha enseñado a controlarme y cada vez lo hago mejor), y me enderecé como si no hubiera sucedido nada, puse la toalla en la percha y tapé el frasco de agua colonia. En fin, ahora sabíamos a qué atenernos, en el fondo era mucho mejor así. Enfermera, enfermo, y pare de contar. Que el agua colonia se la pusiera la madre, yo tenía otras cosas que hacerle y se las haría sin más contemplaciones. No sé por qué me quedé más de lo necesario. Marcial me dijo cuando se lo conté que había querido darle la oportunidad de disculparse, de pedir perdón. No sé, a lo mejor fue eso o algo distinto, a lo mejor me quedé para que siguiera insultándome, para ver hasta dónde era capaz de llegar. Pero seguía con los ojos cerrados y el sudor le empapaba la frente y las mejillas, era como si me hubiera metido en agua hirviendo, veía manchas violeta y rojas cuando apretaba los ojos para no mirarla sabiendo que todavía estaba allí, y hubiera dado cualquier cosa para que se agachara y volviera a secarme la frente como si yo no le hubiera dicho eso, pero ya era imposible, se iba a ir sin hacer nada, sin decirme nada, y yo abriría los ojos y encontraría la noche, el velador, la pieza vacía, un poco de perfume todavía, y me repetiría diez veces, cien veces, que había hecho bien en decirle lo que le había dicho, para que aprendiera, para que no me tratara como a un chico, para que me dejara en paz, para que no se fuera.


Empiezan siempre a la misma hora, entre seis y siete de la mañana, debe ser una pareja que anida en las cornisas del patio, un palomo que arrulla y la paloma que le contesta, al rato se cansan, se lo dije a la enfermera chiquita que viene a lavarme y a darme el desayuno, se encogió de hombros y dijo que ya otros enfermos se habían quejado de las palomas pero que el director no quería que las echaran. Ya ni sé cuánto hace que las oigo, las primeras mañanas estaba demasiado dormido o dolorido para fijarme, pero desde hace tres días escucho a las palomas y me entristecen, quisiera estar en casa oyendo ladrar a Milord, oyendo a tía Esther que a esta hora se levanta para ir a misa. Maldita fiebre que no quiere bajar, me van a tener aquí hasta quién sabe cuándo, se lo voy a preguntar al doctor Suárez esta misma mañana, al fin y al cabo podría estar lo más bien en casa. Mire, señor Morán, quiero ser franco con usted, el cuadro no es nada sencillo. No, señorita Cora, prefiero que usted siga atendiendo a ese enfermo, y le voy a decir por qué. Pero entonces. Marcial... Vení, te voy a hacer un café bien fuerte, mirá que sos potrilla todavía, parece mentira. Escuchá, vieja, he estado hablando con el doctor Suárez, y parece que el pibe...
Por suerte después se callan, a lo mejor se van volando por ahí, por toda la ciudad, tienen suerte las palomas. Qué mañana interminable, me alegré cuando se fueron los viejos, ahora les da por venir más seguido desde que tengo tanta fiebre. Bueno, si me tengo que quedar cuatro o cinco días más aquí, qué importa. En casa sería mejor, claro, pero lo mismo tendría fiebre y me sentiría tan mal de a ratos. Pensar que no puedo ni mirar una revista, es una debilidad como si no me quedara sangre. Pero todo es por la fiebre, me lo dijo anoche el doctor De Luisi y el doctor Suárez me lo repitió esta mañana, ellos saben. Duermo mucho pero lo mismo es como si no pasara el tiempo, siempre es antes de las tres como si a mí me importaran las tres o las cinco. Al contrario, a las tres se va la enfermera chiquita y es una lástima porque con ella estoy tan bien. Si me pudiera dormir de un tirón hasta la medianoche sería mucho mejor. Pablo, soy yo, la señorita Cora. Tu enfermera de la noche que te hace doler con las inyecciones. Ya sé que no te duele, tonto, es una broma. Seguí durmiendo si querés, ya está. Me dijo: "Gracias" sin abrir los ojos, pero hubiera podido abrirlos, sé que con la galleguita estuvo charlando a mediodía aunque le han prohibido que hable mucho. Antes de salir me di vuelta de golpe y me estaba mirando, sentí que todo el tiempo me había estado mirando de espaldas. Volví y me senté al lado de la cama, le tomé el pulso, le arreglé las sábanas que arrugaba con sus manos de fiebre. Me miraba el pelo, después bajaba la vista y evitaba mis ojos. Fui a buscar lo necesario para prepararlo y me dejó hacer sin una palabra, con los ojos fijos en la ventana, ignorándome. Vendrían a buscarlo a las cinco y media en punto, todavía le quedaba un rato para dormir, los padres esperaban en la planta baja porque le hubiera hecho impresión verlos a esa hora. El doctor Suárez iba a venir un rato antes para explicarle que tenían que completar la operación, cualquier cosa que no lo inquietara demasiado. Pero en cambio mandaron a Marcial, me tomó de sorpresa verlo entrar así pero me hizo una seña para que no me moviera y se quedó a los pies de la cama leyendo la hoja de temperatura hasta que Pablo se acostumbrara a su presencia. Le empezó a hablar un poco en broma, armó la conversación como él sabe hacerlo, el frío en la calle, lo bien que se estaba en ese cuarto, él lo miraba sin decir nada, como esperando, mientras yo me sentía tan rara, hubiera querido que Marcial se fuera y me dejara sola con él, yo hubiera podido decírselo mejor que nadie, aunque quizá no, probablemente no. Pero si ya lo sé, doctor, me van a operar de nuevo, usted es el que me dio la anestesia la otra vez, y bueno, mejor eso que seguir en esta cama y con esta fiebre. Yo sabía que al final tendrían que hacer algo, por qué me duele tanto desde ayer, un dolor diferente, desde más adentro. Y usted, ahí sentada, no ponga esa cara, no se sonría como si me viniera a invitar al cine. Váyase con él y béselo en el pasillo, tan dormido no estaba la otra tarde cuando usted se enojó con él porque la había besado aquí. Váyanse los dos, déjenme dormir, durmiendo no me duele tanto.


Y bueno, pibe, ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por todas, hasta cuándo nos vas a estar ocupando una cama, che. Contá despacito, uno, dos, tres. Así va bien, vos seguí contando y dentro de una semana estás comiendo un bife jugoso en casa. Un cuarto de hora a gatas, nena, y vuelta a coser. Había que verle la cara a De Luisi, uno no se acostumbra nunca del todo a estas cosas. Mirá, aproveché para pedirle a Suárez que te relevaran como vos querías, le dije que estás muy cansada con un caso tan grave; a lo mejor te pasan al segundo piso si vos también le hablás. Está bien, hacé como quieras, tanto quejarte la otra noche y ahora te sale la samaritana. No te enojés conmigo, lo hice por vos. Sí, claro que lo hizo por mí pero perdió el tiempo, me voy a quedar con él esta noche y todas las noches. Empezó a despertarse a las ocho y medía, los padres se fueron en seguida porque era mejor que no los viera con la cara que tenían los pobres, y cuando llegó el doctor Suárez me preguntó en voz baja si quería que me relevara María Luisa, pero le hice una seña de que me quedaba y se fue. María Luisa me acompañó un rato porque tuvimos que sujetarlo y calmarlo, después se tranquilizó de golpe y casi no tuvo vómitos; está tan débil que se volvió a dormir sin quejarse mucho hasta las diez. Son las palomas, vas a ver, mamá, ya están arrullando como todas las mañanas, no sé por qué no las echan, que se vuelen a otro árbol. Dame la mano, mamá, tengo tanto frío. Ah, entonces estuve soñando, me parecía que ya era de mañana y que estaban las palomas. Perdóneme, la confundí con mamá. Otra vez desviaba la mirada, se volvía a su encono, otra vez me echaba a mí toda la culpa. Lo atendí como si no me diera cuenta de que seguía enojado, me senté junto a él y le mojé los labios con hielo. Cuando me miró, después que le puse agua colonia en las manos y la frente, me acerqué más y le sonreí. "Llamame Cora", le dije. "Yo sé que no nos entendimos al principio, pero vamos a ser tan buenos amigos, Pablo." Me miraba callado. "Decime: Sí, Cora." Me miraba, siempre. "Señorita Cora", dijo después, y cerró los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo en la mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy a ser Cora para vos, solamente para vos." Tuve que echarme atrás, pero lo mismo me salpicó la cara. Lo sequé, le sostuve la cabeza para que se enjuagara la boca, lo volví a besar hablándole al oído. "Discúlpeme", dijo con un hilo de voz, "no lo pude contener". Le dije que no fuera tonto, que para eso estaba yo cuidándolo, que vomitara todo lo que quisiera para aliviarse. "Me gustaría que viniera mamá", me dijo, mirando a otro lado con los ojos vacíos. Todavía le acaricié un poco el pelo, le arreglé las frazadas esperando que me dijera algo, pero estaba muy lejos y sentí que lo hacía sufrir todavía más si me quedaba. En la puerta me volví y esperé; tenía los ojos muy abiertos, fijos en el cielo raso. "Pablito", le dije. "Por favor, Pablito. Por favor, querido." Volví hasta la cama, me agaché para besarlo; olía a frío, detrás del agua colonia estaba el vómito, la anestesia. Si me quedo un segundo más me pongo a llorar delante de él, por él. Lo besé otra vez y salí corriendo, bajé a buscar a la madre y a María Luisa; no quería volver mientras la madre estuviera allí, por lo menos esa noche no quería volver y después sabía demasiado bien que no tendría ninguna necesidad de volver a ese cuarto, que Marcial y María Luisa se ocuparían de todo hasta que el cuarto quedara otra vez libre.